El réquiem de Miguel Hernández. Comentarios sobre Cancionero y romancero de ausencias.
- pablovsalazar
- 6 jun 2022
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¿El “Cancionero y romancero de ausencias” podría ser considerado el réquiem de la Guerra Civil Española?
Réquiem es un latinismo complejo porque alude -en principio- a la misa en conmemoración y para el descanso eterno de un difunto, pero después de las construcciones musicales para dichos ritos, forjadas por los grandes iniciados en el cuarto arte como Haydn, Mozart y Berlioz, ha tomado también una connotación de magnum opus en la cual se expresa -desde la muerte y el amor-, la obra definitiva del artista. En ese tenor, con todas las reservas que se puedan establecer para una propuesta inexperta, considero como elementos mínimos para esculpir un réquiem: un talento destacable, el sentir de grandes pasiones y, sobre todo, una fuerte dosis de duende, locura, divinidad o cualquier mote que represente lo subliminal.
En el caso de Miguel Hernández, todas las obras precedentes al Cancionero, evidenciaron una genialidad avasallante, un amor profundo por su tierra y por su gente y, como señala Lorca (1933) la guía del ángel y el dictado de la musa; sin embargo, es hasta el Romancero que vemos al duende... ese por el que paganini vendió su alma, ese por el que Hernández ofrendó su vida. Pero si bien es cierto, no hay nada más infernal que el duende de Niccolo, tampoco lo hay más español que el de Miguel, porque este se cocinó como pericana alicantiana: con la olla de la enfermedad, los pimientos de la guerra, el aceite del amor y los capellanes del tormento.
Este duende, guisado a fuego lento de cuatro años, le dio la iluminación del mártir para hablar por las 500,000 almas perdidas, para expresar la desesperación por el presidio, el dolor por la muerte cercana, la repulsión por la carne cercenada, la indignación por la sangre de la Iberia, la resignación ante el último suspiro previo a la oscuridad angosta... en fin, le dio aquello con que cinceló el Réquiem de lo negro de la historia española del siglo XX.
Para sustentar la hipótesis se efectuó una revisión documental de algunas fuentes hemerográficas y bibliográficas, a fin de comprender el contexto histórico entre 1938 y 1942, destacando los acontecimientos relevantes de la última etapa de su vida. En el mismo sentido, se efectuó una ligera aproximación a su condición de hipertiroidismo para seguir con un estudio de su producción literaria en el periodo, concretamente de los poemas de “el hombre acecha” y los de “cancionero y romancero de ausencias”; con lo cual se obtuvieron hallazgos que sirven de argumento para sustentar la validez de la propuesta, es decir: los hechos de su vida, algunos datos de su condición médica frente a las peripecias carcelarias y su situación familiar, así como la analogía entre la expresión y el sentimiento de sus obras, para así contrastar al Miguel de la musa con el Hernández del duende, es decir aquel capaz de versificar el sufrimiento de la guerra española en 110 estrofas.
Ahora bien, en el periodo de 1937 a 1939 Miguel Hernández compuso la obra “El hombre acecha”, en cuyos versos se observa una fuerte influencia de la represión, el escarnio y la indignación ante la situación política y social derivada de la guerra civil española, pero todo ello desde un pulpito de insurrección y de combate, lo cual es razonable ya que en esos días tenía un evidente espíritu de sedición falangista, mezclado con una vivida ansia de justicia, ante su detención en Portugal, lo cual se puede evidenciar claramente en los poderosos versos de “el herido”, “llamo al toro de España” y “madre España” al estilo: “España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos/de dolor y de piedra profunda para darme:/no me separarán de tus altas entrañas, madre.” (Hernández, 1939); y más aún con los eternos “No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás/si no es para escarbar sangre y furia en la arena, /unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas abalanzarse luego con decisión de rayo.” (Hernández, 1939).
Sin embargo, -mala jugada de su fortuna, bendición de nuestra cimiente-, el 30 de abril de 1939, tratando de cruzar como ilegal a Portugal, lo detuvieron por ser del bando republicano y lo consignaron a las autoridades españolas, quienes a dicho de Zardoya (1955), después de mucho escarnio, le iniciaron el procedimiento sumarísimo de urgencia n° 21.001, con el que lo mandaron a prisión el 4 de mayo. En aquel tiempo España era una cárcel, por lo que el presidio intermitente era normal, así como señala Tato (1993), Miguel transitó “el áspero pasaje, desde un vagón penitenciario, lo observó y simultáneamente observaba en el cristal oscurecido, la imagen de su propio desconsuelo”.
Transcurrieron los días por Huelva, Sevilla, Palencia Ocaña y Alicante, entre los presidios y el tren, y en enero de 1940 es condenado a muerte, y aun cuando dicha pena es conmutada por treinta años de reclusión, el impacto generado en su espíritu, en su luz y en su alma fue devastador; lo cual se evidencia en el pasar de los días ya que contrajo distintas enfermedades que paulatinamente lo condujeron a su muerte en marzo de 1942.
Es en este último periodo es cuando escribe “Cancionero y romancero de ausencias”, probablemente iniciada con la muerte prematura de su hijo Ramón en octubre de 1938 (Tato, 1993), lo cual se observa desde el título que inunda el pecho con pesar y desolación y que, si bien es cierto, pone de manifiesto un estado mental de renunciación ante el inminente final, también expresa una lastimera exclamación por sus futuros deudos, una legítima y dolorosa frustración por el hambre de su hijo, por la soledad de su mujer, un réquiem para Manuel, Ramón, para Josefina y tal vez para España, como se siente en los versos de “eterna sombra”, de “muerte nupcial” de “nanas de cebolla”; al estilo: “Tengo celos de un muerto, / de un vivo, no. / Tengo celos de un muerto / que nunca te miró” y “Por eso las estaciones / saben a muerte, y los puertos. / Por eso cuando partimos /se deshojan los pañuelos.” (Hernández, 1942).
Cabe destacar que, del informe médico de la muerte de Miguel, se conoció que padecía hipertiroidismo el cual le “causaba un síntoma psíquico que se denomina Taquipsiquia” (Tato, 1993) definido como un aumento significativo de la “velocidad de pensamiento, y disminución del tiempo de respuesta, aumento de las palabras por minuto, mayor espontaneidad y un incremento del flujo de ideas que aparecen en la mente” (psicoativa). Tal condición se agravó durante el último periodo de su vida ya que se mezcló con bronquitis, tifus y tuberculosis, por lo que en esos dos años nuestro autor vivió en un mar de hormonas tiroideas que se pusieron de manifiesto en su producción literaria. Así, en un permanente estado de Taquipsiquia, con el sentimiento de la pérdida de su hijo, las deplorables condiciones de la reclusión, el conocimiento de la victoria franquista, el dolor por su gente y por su tierra, Miguel fue la pluma que escribió el sentir de toda una generación, quien compuso: “Falta el espacio. Se ha hundido la risa. / Ya no es posible lanzarse a la altura. /El corazón quiere ser más de prisa / fuerza que ensancha la estrecha negrura.”.
Fuentes
Lorca, F. G. (2004). Juego y teoría del duende. Litoral, 238, 150–157. http://www.jstor.org/stable/43355576
Hernández, M., & Rovira, J. C. (1978). Cancionero y romancero de ausencias (Vol. 126). Lumen.
Hernández, M., de Luis, L., & Urrutia, J. (1978). El hombre acecha. Cupsa Ed..
Tato, E. C. (1993). Geografía carcelaria de Miguel Hernández. In Miguel Hernández cincuenta años después: actas del I Congreso Internacional. Alicante, Elche, Orihuela, marzo de 1992 (pp.349-354).
Zardoya, C. (1955). Miguel Hernández: Vida y obra. Revista Hispánica Moderna, 21(3/4), 197–289. http://www.jstor.org/stable/30208298
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