La muerte del autor de Roland Barthes
- pablovsalazar
- 2 jun 2023
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Una de las causas principales para estudiar la carrera de letras fue poder determinar, o al menos aproximarme, a una repuesta sobre ¿qué hace grande a una obra?, ya que existen millones de libros, sobre millones de temas, escritos por millones de autores, pero –como es sabido- muy pocos se vuelven clásicos o imperdibles. Desde luego que hay tantas respuestas como opiniones al respecto, sin embargo, uno de las pautas que me resultó más asequible es la vinculada con la creatividad del autor, es decir la manera en que el escritor conjuga los distintos elementos del texto ante la vastedad de posibilidades.
Siguiendo a Marcos (2019), tenemos que, respecto a la creatividad, tradicionalmente hay dos grandes líneas de pensamiento denominadas inspiracionalista y racionalista: la primera propone que el autor es una especie de vehículo a través del cual fluyen las fuerzas creativas externas, al punto de considerar que en el proceso artístico el ser humano sale de sí en el momento creativo para dejar sitio a lo otro; la segunda postura sustenta que el agente creativo es el ser humano en uso de su razón y libertad.
Una postura radical de la primera premisa, se observa en el ensayo intitulado “la muerte del autor” de Roland Barthes (1968), en el cual se reflexiona sobre la unidad/signicado de las obras literarias, sosteniendo que el texto escrito no pertenece a su autor sino a la cultura en general y al lector, reduciendo al creador de la obra en una especie de autómata.
Es decir, propone que el escritor moderno nace a la vez que su texto, ya que escribir es solo una forma de enunciación que se agota en el acto que se profiere o escribe, negando cualquier condición anterior al hecho, por lo que, si el escritor únicamente imita textos previos o mezcla las citas y conceptos precedentes, queda reducido a un mecanógrafo.
Así, propone Barthes (1968) que la unidad o explicación del texto no está en su origen, sino en su destino, es decir en la persona del lector, ya que este es poseedor de todas las citas que constituyen una escritura por lo que puede unificar las huellas que componen el escrito, dándole significado -o quizás significancia-. En otras palabras, esta idea prescinde de la creatividad como cimiento de la obra y, en consecuencia, de su grandeza; colocando en el vació creado al lector, arguyendo que éste es el espacio mismo en el que convergen todas las posibilidades semánticas.
En este punto, si hipotéticamente preguntáramos en 1968 a Roland Barthes si la creatividad es lo que da significado y grandeza a una obra, posiblemente contestaría que no, que son los lectores los que otorgan dicho sentido a los textos, los lectores que tienen todo el bagaje cultural para darle significancia a una obra y encumbrarla como una pieza de arte, lectores como él, con estudios en letras clásicas, Gramática y Filología (Planeta, 2023), agregando quizás que los escritores son solo eternos copistas que parafrasean o glosan ideas preexistentes.
Por lo anterior, se evidencia que Roland radicaliza la creatividad inspiracionalista hasta el punto inutilizarla, afirmando que “el nacimiento del lector se paga con la muerte del autor” (Barthes, 1968), lo cual es congruente con el hecho de que él es crítico y no un literato, es decir un lector y no un escritor, por lo que se permite suponer que su formación como semiólogo lo sumerge en la creencia de que la significancia de las obras es dada no por quienes las hacen, si no por quienes las interpretan.
No obstante es de considerar que, en su postura, nuestro autor pierde de vista “que toda acción creativa puede desencadenar una acción hermenéutica libre, sí, pero eso no anula la genuina creatividad del agente” (Marcos, 2019, p. 2152); es decir, si asumimos la idea de Marcos (2019), en torno a que la creatividad, en cualquier campo de la acción humana es una cuestión de resolución de problemas, sería innegable –como lo es- que el significado y la significancia de una obra es dada por el autor con base en la creatividad impresa al escribir su obra.
Lo cual -contrario a la propuesta de Roland-, presupone en el autor la existencia de un acervo cultural, sentimental y analítico en un punto óptimo de desarrollo, conjugado con un toque de ese algo externo e inexplicable; es decir para dar la significancia que permita la grandeza de las obras, debe existir en el autor una fusión de creatividad inspiracionalista y racionalista.
Evidencia de ello la encontramos en el juego y teoría del duende de Federico García Lorca (1933), en la que se alude a una especie de tipología del genio creativo identificando tres estadios: el ángel que deslumbra y derrama su gracia para que el hombre, sin ningún esfuerzo, realice su obra; la musa que despierta la inteligencia; y el duende que da sensaciones de frescura totalmente inéditas que llega a producir un entusiasmo casi religioso (Lorca, 1933). Así, si le preguntáramos a Lorca en 1933, cómo se explica la grandeza de una obra e incluso, dónde adquiere significado/significancia, quizás podría indicar que se erige sobre la creatividad del autor y más aún, del tipo de tal creatividad, ya que el texto tendría un significado distintito si fuera creado solo con el impulso de hacerlo, por inspiración inédita o por una epifanía artística.
Sin demérito de lo anterior, es innegable también que el lector a través de sus consideraciones robustece o destaca las propiedades intrínsecas de una obra, es decir no solo asimila lo que está en forma acabada, sino que esta asimilación implica actividades comparables a las del creador (Marcos, 2019).
Con ello podríamos sugerir que la explicación, unidad, significado, significancia y demás sustantivos vinculados con la génesis de una obra que establecen las bases para su potencial encumbramiento como una pieza artística trascendental, resulta de la simbiosis entre la actividad del autor y del lector, el primero por la creatividad en la construcción, el segundo por la creatividad en su crítica y su posicionamiento; en cuyo caso la postura de Barthes es más que errónea, inacabada.
Fuentes:
· Barthes, R. (1987). La muerte del autor. El susurro del lenguaje, 2.
· Lorca, F. G. (2004). Juego y teoría del duende. Litoral, (238), 150-157.
· Marcos, A. (2019). La creatividad humana: una indagación antropológica. Revista Portuguesa de Filosofia, 75(4), 2137–2154. https://www.jstor.org/stable/26869264
· Planeta de libros (2023), Roland Barthes.
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