A los 35, de la ensoñación al sueño (2 de 4).
- pablovsalazar
- 1 dic 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 12 oct 2022
De las pasadas reminiscencias quedan vestigios de olores, sabores y sonidos que me arrebatan suspiros más de felicidad que de añoranza, ya que, de esos días en 1996 a los recientes, han transcurrido 25 años y, aunque pasaron más rápido de lo que se entona la expresión ¡como si hubiera sido ayer!, dejaron tan bellos recuerdos que aparecen hoy como una clara escena de aquella memoria en que se me invitó a las letras, cual llamado de lo bello y de lo eterno a conocer sus esplendores.
Y es que en el devenir de los días uno va llenando el baúl de los sueños y ensoñaciones con un sinnúmero de personajes, destinos, emociones e historias que se van acumulado una sobre otra, perdiendo vigor, interés, y claridad, para finalmente dejarse al olvido. Cuántos no dejaron atrás el sueño de ser bomberos, doctoras o veterinarios; quienes no prescindieron de la historia de amor eterno que culminaba en el ocaso frente a la torre Eiffel; qué infinidad de lugares exóticos quedaron sin explorar, justo por haberse enterrado en aquel baúl: tan atalaya de los románticos como pesar de los tímidos y cautelosos.
Sin embargo, este pequeño cofre no es cementerio de ilusiones, sino testimonio vivo de los deseos más arraigados que todos sentimos ayer y hoy, y es también estantería de las airosas pasiones que al saltar por las memorias anhelamos con fulgor o con desdicha, según estén de próximas o lejanas.
Y es en este punto donde concluyo toda la parafernalia, porque precisamente en el repaso de la gaveta que guarda los anhelos más profundos de mis quereres e intentares, ha tenido reposo durante décadas ese personaje de complexión robusta, piel cobriza y mirada sagaz, cuyo encanto principal y quizá único, es escribir.
Sueño o ensoñación es la pregunta, porque en esta sigue abandonado el personaje y, en aquel, cobra vida propia y se apodera del presente.
Con ello expreso el pensamiento -ni experto, ni letrado- de que la ensoñación y el sueño tienen como género próximo el deseo, pero con la diferencia especifica de que el primero -más espejismo que realidad-, refleja pensamientos como el qué haría si me ganara la lotería, mientras el segundo -más meta que ilusión-, atiende al anhelo de: quiero ser, tener o estar en tal o cual situación.
Desde luego es una clasificación personal, pero sirve de ejemplo para contrastar aquellas ideas que me impulsaban a ser un caballero del zodiaco con otras más terrenas que me invitan a expandir mis horizontes, lo que no demerita las primeras, pero evidencia la cuestión en torno a que haría o hago para cumplir mi sueño o ensoñación.
Hasta aquí el problema principal es que, en gran cantidad de ocasiones, no se ve con toda claridad la diferencia entre los tipos de deseos, y se termina por ceñir todos a la categoría de inalcanzables, lo cual, resulta más cómodo al liberarnos de la presión de realizar esta o aquella acción para cumplirlos, pero es justo en este momento donde se distinguen los conceptos, ya que la ensoñación se contenta con visitarnos de vez en vez y se retira satisfecha a su rincón del baúl al arrancarnos un suspiro, una sonrisa o una lagrima; por su parte, el sueño no tiene sosiego en la razón, no se contenta con la esporádica evocación, ni cesa en su clamor de vida.
Por ello muchos preferimos hacer del sueño una ensoñación, para acallar los alaridos y apagar el incendio que genera su ilusión, pero, sobre todo, porque el sueño tiene un alma que impone cuidados y manutención, y más aún, porque exige responsabilidad de su portador.
Indudablemente, cualquier ensoñación puede volverse sueño si se toman las acciones necesarias, pero más fácil es que el sueño se vuelva ensoñación, ya que basta no hacer nada para ello, no escucharlo y no invitarlo a la memoria, pero, sobre todo, enfatizar más la excusas y esgrimir con firmeza el ya estoy viejo, no tengo tiempo, no sabría cómo empezar, no conozco a nadie en el medio y demás baladros lastimeros que se esbozan para ocultar el motivo verdadero: tengo miedo.
Y sí, los sueños embelesan, pero el camino que se surca para alcanzarlos se avizora lleno de dragones y despeñaderos, por eso resulta aterrador, pero justo ese miedo que producen es el norte de la brújula que nos debe guiar a su búsqueda y entre más aterrador resulte el sueño, mayor satisfacción generará su alcance, porque sabido es que la más temible de las bestias custodia los más grandes tesoros y quizá es este la felicidad misma, no por desenterrar el cofre, sino por tener el valor de atravesar el camino.
En ese tenor, ante el clamor incesante de mi sueño y la calidez de las sensaciones que me provoca en la imaginación el darle vida, sumado al pánico que me genera el primer paso en el camino de su búsqueda, opté -a mis 35 años- hacer lo único digno que se puede hacer por un sueño, es decir, responsabilizarme de él; y cual hijo, alimentarlo, guiarlo, enseñarle y que me enseñe, jugar con él, abrazarlo, besarlo y amarlo, para crecer juntos y volvernos los mejores amigos para caminar de la mano en el sendero la placidez que solo da la entrega y el sacrificio.
Así que responsabilizándome del sueño como segundo paso -siendo el primero el aceptarlo-, me dispongo a recorrer la única ruta que conozco para alcanzar el arte y mejorar la técnica, que es su estudio y santigües; y donde más sino en la UNAM alma mater y cuna de soñadores, locos e irreverentes que, como yo, tienen la osadía de responsabilizarse de sus sueños.
ALV




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