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A los 35, de la ensoñación al sueño (3 de 4)

Actualizado: 12 oct 2022

Primeras impresiones.


A dos meses de la última reflexión del sueño y ensoñación, las escenas por décadas esperadas han atravesado el escenario de lo cotidiana, de una manera tan vertiginosa que se confunden ya con la realidad inmediata -a veces increíble- de andar el camino de las letras.


Veo ahora con mayor nitidez que aquello de lograr el sueño es solo el comienzo del camino y una declaración de propósitos es el solo grito de guerra que antecede la encarnizada batalla a librar, o en el terreno de lo abyecto y lo inclemente, o en el inverso de lo placido y mirifico.


Dos meses ya del ingreso a la centenaria Faculta de Filosofía y Letras y, como era esperado, doy cuenta de que el sueño impone la carga del embate a quien osa aventurarse en pos de sus mieles y proezas.


Pero algo se apuntala de a poco en la raíz de los deseos, germinando en la semilla de la contemplación y el embeleso, una visión distinta del presente y del futuro: pensado ya el uno como el fruto de la constancia en el otro; redoblo la apuesta a la persona que escribe, más que al galardón y a la victoria.


Dice Rodó que donde no cabe la transformación total, cabe el progreso; y aun cuando supiera que las primicias del suelo penosamente trabajado no habrían de servirse en mi mesa jamás, ello sería al menos un nuevo estímulo en la intimidad de la conciencia.


Por ello no importa si me vuelvo el gran escritor que tanto anhelo, no importa más si me acerco a las mieles de la palestra donde moran las leyendas; baste a mi espíritu y conciencia, ofrendar al acto mi corazón y vida a la noble causa de las artes, a la digna tradición de la escritura y al efímero suspiro de la beldad. Y así, aun sin capacidades fraguas de expresar lo magnificente de la obra, regocijará mi corazón el admirarla y reconocerme a través de ésta, como la abnegación más pura que se solaza en la contemplación de la hazaña consumada.


Y coincidiendo en que la obra mejor es la que se realiza sin las impaciencias del éxito inmediato, me dispongo a caminar sobre mis propias huellas, ni marcadas, ni previstas; con el paso trémulo de quien dilata el andar para no terminar pronto el camino. Porque veo ya en mis primeros pasos que no se trata de aprender conceptos y repetir sentencias, sino de abrir los ojos para captar en la extensión de su opulencia la obra siempre disponible y pocas veces admirada de la realidad, del presente, del ahora.


Y ya que solo con el trasplante de retina que se gesta mansamente con el mirar y el admirar, se obtiene el quid para el entendimiento de las artes, dejemos pues que la contemplación se imponga, y la pasión sosiegue la razón para que tras las nueve noches se divisen los vapores de Talía y Calíope, y quizás, con suerte, de alguna otra encantadora musa.


ALV


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