A los 35, del sueño a la ensoñación. (1 de 4)
- pablovsalazar
- 12 nov 2021
- 3 Min. de lectura
Hace una semana cumplí 35 años, epítome de todas las bondades de la vida adulta -ni tan viejo para tener achaques, ni tan joven para no darse un gusto-, pero desde antes de la celebración, tal número ya circundaba mi memoria, evocando la vieja data de 1996: el sonido de pies descalzos, azúcar amargo y no llores por mí desde esa vieja grabadora negra sintonizada en estéreo joya, contrastaba siempre en las agitadas mañanas con el grito de -apúrate con esa mochila, entonado por mi madre, a medio peinar, mientras se ponía una zapatilla y untaba mayonesa en un pan, para esos deliciosos sándwiches que nunca me comí, por preferir siempre las gorditas de chicharrón de la cooperativa, con su respectivo frutsi rojo y un lucas, chipileta o paletón.
Avanzada la mañana, esos extraños nervios por la llegada a la escuela, siempre, en un taxi verde o amarillo porque ese, como todos los demás días, se nos hacía tarde. El sonar de la campana y Conchita la conserje cerrando la puerta -más por guasa que malicia-, apuraban mis ansias, mientras mi mamá sacaba una moneda de cinco nuevos pesos, para después salir corriendo y llegar rayando a tomar mis interminables clases de ciencias naturales y geografía con esos libros de color olivo, rayados con tinta roja para las mayúsculas y negra para el texto regular.
Por la tarde, salir corriendo al puesto de dulces de doña Rosi y pedir que me apuntara un moco de King Kong y un sobre de estampas del álbum de dragon ball, con el anhelo de encontrar aquella donde sale goku con shenlong a la espalda, porque era la única que me faltaba para completar la hoja.
Más tarde, a la salida del trabajo de mi mamá, emprender el camino de regreso a casa, subiendo a la micro que, atiborrada de personas, nos recibía con una intensa ola de calor, complementada por un vapor de olores varios, al ensordecedor estruendo de suavecito, suavecito y ya no eres mi bom bon, entre esporádicos baladros al son de ¡la zeta… salvajemente, navideña! Para después de media hora y varios intentos de contener el vómito por el mareo, llegar, quintarme el uniforme, y salir disparado a las maquinas a jugar killer instinct, acompañado de un peso de chetos con limón y botanera de la que pica.
Caída la noche, regresar para la cena y la tarea mientras al tiempo comenzaba a escucharse de manera melodiosa una voz extraña que cantaba –entre tú y yo, no hay nada personal, anunciando el inicio de la novela de las nueve, el fin del día y la conclusión de mi recuerdo.
Al regreso de mis memorias, no puede evitar el pensamiento de que mi fervor a los 35, en parte, se debe a la imagen de mi madre: joven, fuerte, trabajadora, con la mente llena de ideas y los ojos de convicción, y que, sin intención, marcaría en esos días con sus palabras, las pautas de aquello que se volvió ensoñación, para convertirse en un sueño, fanatismo y obsesión, y que a mis años se presenta como una sublime posibilidad más tangible que lejana.
Y es que, al avispar la reminiscencia, casi escucho a mi madre corear -Sacas a flote mis tragedias, de repente las remedias, me haces loco, me haces trizas, me haces mal... Y con voz más embelesada que atenta, fulmina con un –que hermoso escribe Manzanero, ojalá algún día tú me escribas algo así.
No sé si en mira de su gracia, en mi mente se gestó una invocación prematura a las ninfas de las artes o simplemente despertó algo que ya moraba en mí, pero ese día tuve la primera ensoñación de, algún día, ser escritor y más enfáticamente serlo a los 35…
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